miércoles, 31 de marzo de 2010

De la coleccion CUERVO - Ciro, el soñador

- Cirooo... a comer amor, dale que ya está la comida...
- ¡Ya voy ma!

Juntó algunos juguetes para guardarlos, pero se quedó con el autito rojo en la mano. Las brillantes ruedas le habían llamado la atención. Las hizo girar, y el sonido de pronto lo invadió todo.

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A través del parabrisas, veía la pista borrosa, y varios autos cerca del suyo. Por el radio, le hablaban desde boxes directo a su oído.

- Faltan 3 vueltas Ciro, no lo apures.
- Puedo ganar un par de lugares ahora...
- No Ciro... no... esperá... tené paciencia...

Ciro esperó un poco, hasta que llegó a la última curva, esa que está antes de pasar por las gradas del público, donde sabía que estaban papá y mamá. Al salir de la curva, no pudo más y aceleró a fondo.

Mientras iba pasando a un auto verde, y a otro blanco y azul, miró al público que gritaba y agitaba banderas. Se imaginó a mamá riendo y saludando, a papá diciéndole orgulloso a todos los que lo rodeaban "¡ese es Ciro... mi hijo!"

De pronto, un humo blanco salía del motor. La radio en el oído zumbaba.

- ¡Ciro! ¡Tenías que esperar a la última vuelta!
- ...
- ¡¡¡Ciroooooo!!!

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- ¡Ciroooooo!- ¡Queeeeee!- ¡A comer hijo! ¡Dale!

Metió el autito en la caja de los juguetes. Habían miles de bolitas de colores desparramadas por el suelo, pero le daba fiaca juntarlas. Decidió hacerlo después de comer.

Cuando caminaba hacia la puerta, pisó una de las bolitas, y resbalando, cayó al suelo.

De pronto, todas esas bolitas vistas al ras del piso le parecieron planetas, estrellas, como en esas imágenes de la tele, cuando viajan por el espacio.

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Bitácora del capitán Ciro, Nave Diógenes, día uno. Después de un despegue perfecto, pasamos todas las etapas hasta llegar al espacio. La tierra se ve chiquita y celeste, el sol, se ve muy blanco, y lejos. Los planetas parecen bolitas, japonesas, lecheras, de acero, o bolones. No creí que hubiera tantos. Se mueven muy rápido, como si estuvieran en un suelo de mosaicos encerados. La misión de este primer día, es salir de la nave y reparar una de las antenas.

- Capitán.
- ¿Comandante?
- Estamos listos para empezar con la misión.
- ¿Quien va a salir?
- Yo señor.
- No.
- ¿No?
- No.
- Pero Capitán...
- Nada. Soy el capitán, y tengo que cuidar de todos ustedes.
- Pero... pero...
- Comandante, no sale usted, salgo yo. Preparen el traje.

Cuando la escotilla se abrió, vio a través del casco el negro y profundo espacio, tachonado de estrellas y planetas y cometas.

- Capitán… todo está listo.
- Estoy sobre el ala izquierda de la nave, camino, todo parece en orden.
- Bien, a dos metros de la escotilla, está la escalera hacia el techo de la nave
- La veo. Casi la alcanzo.

Extendió su mano, y se tomó de la escalera. Al mismo tiempo, un meteorito pequeño golpeaba la nave, haciéndola temblar. Vio como su mano se soltaba de la escalera y perdía el contacto con la nave.

- ¡Perdí el contacto con la nave! ¡Estoy alejándome!
- ¡Capitán! ¡Encienda los propulsores!
- No funcionan… intentaré con los auxiliares
- Capitán… Ciro… estamos preparando a la teniente Gallo para el rescate.
- No… no arriesguen a la teniente.
- Ciro… ¡Ciro!... ¡Cirooooooo!

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- ¡¡¡Cirooooooo!!!
- ¡¡¡Queeeeee maaaaaa!!!
- ¡A comer! ¡Ya te llamé tres veces!

Siguió juntando los juguetes, y encontró el libro de cuentos que una vez le había regalado papá. Lo abrió, y sentado en la cama, empezó a pasar las páginas, deleitándose con los dibujos coloridos y mirando con fascinación esas palabras que el aun no sabía leer muy bien.

- Bebé… ¿Te pongo la comida en el plato? – gritó mama desde el comedor

Tirado en la cama, encerrado en su libro de cuentos, resopló por cuarta vez.

- ¡Si mami… ya voy!

Y echó una última mirada al dibujo del barco antiguo con sus velas desplegadas...

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- ¡Capitán Ciro!
- Diga contramaestre...
- La tripulación está cansada señor
- Que se vayan a dormir...
- ¡Tenemos que encontrar tierra lo antes posible señor!
- ¿Y qué quiere que haga?
- Según los mapas... debería haber tierra hacia el sur.
- Bien... al sur será entonces.

Después de tres días de navegar en el mar embravecido, los marineros empezaron a gritar, saltar y abrazarse.

Se veían arboles gigantes en el horizonte.

Cuando se acercaron lo suficiente a la costa, fondearon el barco, y bajaron los botes con los cuales se acercarían a la playa. La alegría era notoria en aquellos hombres cansados.


De pronto, ya estando muy cerca de la arena, vieron aparecer algunos aborígenes de entre los árboles.

- Capitán...
- Guarden las armas… susurró el capitán
- Pero…

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- ¡¡¡Cirooo!!! ¡¡Es la última vez que te llamo!! ¡No venís, no comés eh!
- Ahí voy mamá...


Salió de la habitación pateando el suelo.

- Todas las noches lo mismo Ciro…
- Perdon ma… estaba jugando... no me di cuenta…

Mamá lo abrazó, como lo hacía todas las noches, cada vez que Ciro se sentaba a comer la ya fría cena.

Y mientras pinchaba desinteresadamente un tomate, la miró a los ojos.



- Ma… te amo yo.

Como todas las noches, en los últimos 4 años, mamá sintió que el corazón se le salía del pecho.

- Yo también amorcito – dijo.



Y sonrió, iluminando toda la casa.


(Dedicado a todas las mamás, que con su infinita paciencia nos llenaron de sonrisas nuestras infancias)

martes, 9 de marzo de 2010

Vacaciones en la serranita...

... Y no sé cuando vuelvo.






Si vuelvo.