lunes, 26 de septiembre de 2011

Sueño de una noche de verano

Los perros del vecino ladraron y ella se despertó. Como cada noche.

-"Cinco perros, como si tuvieran tanto para que les roben", dijo en silencio mientras miraba inútilmente en la oscuridad, en dirección a la habitación de Matías, tratando de escuchar si también se había despertado.

- "Por suerte, no" pensó después de unos segundos de silencio, y se dio media vuelta para volver a conciliar el sueño.

- "Amor, se despertaron los chicos?"

La sorprendió la voz del hombre a su lado, cuya mano buscó el dorso de la suya para entrelazar sus dedos. Sin tiempo para una respuesta, cayó en un sueño profundo, a juzgar por su respiración.

-"LOS chicos?".

Se quedó pensando un momento en lo extraño del tono de voz de su marido, y en lo inusual de ese gesto íntimo y familiar.

En la oscuridad, se libró del abrazo y recorrió a oscuras el camino hasta la cocina. Tenía sed y el aire húmedo de enero se metía en la nariz y en la boca con la dificultad de un semi sólido. Mientras tanteaba en la mesada para encontrar un vaso, miró hacia el jardín de invierno, que estaba contra la ventana de la cocina. Ella insistía en llamarlo así, aunque nunca había logrado encontrar el tiempo para convertirlo en algo digno de ese nombre. En cambio, era un cuarto plagado de cachivaches, proyectos abandonados, y juguetes de Matías en desuso.

Sin embargo, a la tenue luz de la heladera abierta, se veía muy diferente.

-"Es como en mis sueños" pensó mientras se acercaba un poco mas a la ventana, con el vaso transpirado que temblaba en su mano.

En el cuarto de los cachivaches, Había ahora unos tablones en desnivel, a modo de escalinatas, que sostenían las cubetas hidropónicas en las que crecían verdes rúculas, perfumadas albahacas y caléndulas. Del techo y de las paredes, colgaban bromelias y orquídeas, y helechos abundantes y de todas clases que abarrotaban aquel lugar.

De cachivaches y juguetes, ni rastro.


Un poco tambaleante, desorientada, apoyó el vaso en la mesa de la cocina y regresó al pasillo que llevaba a la habitación de su hijo.

-“Los chicos”. La sentencia, simple, definitiva, retumbaba en su cabeza como el trueno resuena en un valle.

Empujó el picaporte con suavidad, esperando el chirrido de siempre, pero para su sorpresa, la puerta se abrió, liviana y silenciosa.

Encendió la luz de noche colgante, y se quedó petrificada en el centro de la habitación. Contra la pared de la puerta, dormía Matías en su cama con barrotes, cono esa pose de rana tan característica suya, la cabeza hundida en la almohada, las rodillas apoyadas y el culito hacia arriba.

Como si fuera un espectro, cruzó la habitación casi sin tocar el suelo, hacia la pared opuesta, donde había otra cama igual y una cuna, totalmente desconocidas para ella.

En su interior, dos niños navegaban en un sueño paciente y relajado. Se acercó aun más.

- "El mayor se parece tanto a alguien...." –pensó abriendo aun mas los ojos.

Mientras los miraba, la sorprendió esa vibración en el pecho que termina con lágrimas en los ojos.

-"Igual que cuando miro dormir a Matías... LOS chicos?"

Segura ya de estar soñando, regresó a su habitación, y se arrodilló suavemente al lado de la cama, donde dormía su su esposo.

Una luz vahída y cenicienta empezaba a entrar por la ventana, eran casi las 5, y empezaba a clarear.

Ahí estaba, era otro, tan parecido al niño grande que acababa de ver.

Una sombra de barba, algunas canas, y las entradas más marcadas de lo que recordaba. Tal vez algún kilo más también. No podía ver su sonrisa, claro, porque dormía profundamente.

Se acercó cuanto pudo sin tocarlo, por miedo a romper el hechizo y despertar. Pudo olerlo, y era tal como lo había imaginado siempre, aquella mezcla de hierbas y tabaco fresco.

Recordó que hacía un rato, él la había tocado y el sueño no se había desvanecido. Entonces se animó a volver a su lado de la cama y recostarse sonriente junto a él.

Era como una reacción automática. El sentía el movimiento en la cama, y giraba para tomarla entre sus brazos. Así pasó cuando se acostó, el inmediatamente giró para abrazarla, volvió a tomar su mano de la misma manera que antes (por el dorso), entrecruzó los dedos y llevó aquella unión a su abdomen. Selló aquel contrato con un beso suave en su cuello.

Ella quedó así atrapada en su abrazo, mirando al techo, con la nariz de él en el hueco de su cuello. Se acurrucó contra el, sin cerrar los ojos.

- "Esta sería mi vida si aquel día, en lugar de despedirlo, lo hubiera invitado a quedarse".

Se propuso no dormirse, así no se daría cuenta que todo era un sueño. Si hacía falta, no dormiría nunca más.

- "Ya son las 5 y media, si llega el día este sueño será realidad", pensó con la ingenuidad de una niña. Pero su día había sido tan duro… Matías estaba con fiebre, hacía noches que no dormía bien.
- "Un poco más, ya sale el sol"…

Toda la semana había estado trabajando horas extras, sólo para llegar y seguir trabajando en casa.
- "Ya casi, ya casi..." susurró bajito mientras atenazaba los dedos del hombre entre los suyos.

...

Un rezongo de Matías desde la otra habitación la despertó, y vio que era de día. Un día gris, denso y húmedo, con olor a polvo en el aire.

Se levantó sin mirar a su lado, y se fue a la cocina a preparar el biberón para Matías.

Mientras lo hacía, vio el “jardín de invierno” lleno de cachivaches, sin bromelias, ni helechos, sin perfumes, sin colores.

Entonces recordó las palabras que él le había dicho tiempo atrás: “Quien sabe… Tal vez a los 70 años terminemos juntos"

Suspiró, y se dibujó, imperceptible, una sonrisa debajo de sus brillosos ojos.

- "Habrá que esperar un poco", pensó.


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Nota: Este cuento no es mío. Me fué envíado para la publicación por su autora, con la expresa consigna de modificarlo a mi antojo. Y creo que le cambié 3 palabras. Creo...