Ya en la terminal de Rabat, bajó su equipaje del auto.
El mundo de gente que lo rodeaba, no lograba consumir esa sensación de soledad que lo inundaba. Entre miles de cámaras fotográficas de ultima generación, se debatían los atuendos típicos que pugnaban por conseguir lugar en alguno de los transportes a los pueblos del corazón del continente.
Las grandes ciudades, con sus enormes carencias, seguían siendo una promesa, un horizonte donde las posibilidades eran infinitamente mayores que en el reino de la arena.
Rabat se convertía obligadamente en una puerta de entrada a la siempre enigmática África. Las risotadas y bravuconadas de los rostros blancos se mezclaban como en un ajedrez infinito, en el eco de la terminal, con las penas y esperanzas de los rostros moros.
Claudio se integraba mejor a estos últimos. En Rabat, así como en el resto del continente, los que no ostentaban cámaras y bolsos coloridos, nuevos y relucientes, eran los mas confiables.
Sacó el pasaje a Al Raaiún, con un árabe aceptable. El vendedor, asombrado, preguntó.
- ¿Vacaciones?
- Trabajo... voy a buscar agua en el Sahara - dijo con una sonrisa.
El vendedor rió, y le entregó su boleto. Lo saludó en francés.
- Bonne fortune!
- Merci
Subió el equipaje a la bodega. Cuando se acomodó en su asiento, miró la estación a través de la ventana.
El ómnibus olía una mezcla de perfume ambiental barato y transpiración. Aunque era una unidad bastante moderna, el mantenimiento se le antojaba nulo. Se arrebujó en el lugar, e intentó dormirse un poco. Una turista portuguesa se le sentó al lado, ocupando un poco mas de su asiento.
Cuando comenzaron a moverse, lentamente, Claudio fué cerrando los ojos, intentando no tocar a la mujer que estaba a su lado.
- ¿English? - Vociferó en su oído la mujer.
- Berebere - respondió Claudio.
- ¡Aaaah! - gritó con evidente alegría la señora rubia
Por todos los medios, intentó sacarle una palabra, pero Claudio resoplaba y se ponía mas contra la ventana. A cada embate, la misma respuesta. Ella no se daba por enterada siquiera de las intenciones de Claudio.
- ¡Berebere!¡Look! - dijo mostrándole unas fotos en la cámara digital.
- Señora, hace un día que estoy viajando, sufriendo, transpirando, y me falta mucho aun, así que si no le importa, me gustaría descansar un rato antes de verme obligado a enfurecerme.
La señora entendió las suficientes palabras del mensaje. Su sonrisa estúpida se borró de inmediato.
Así, a sesenta kilómetros de Agadir, y con la vista clavada en el Atlántico, Claudio pudo cerrar los ojos, y soñar al menos por una hora, como sería su vida a partir de ahora.
2 comentarios:
Muy bueno. Atrapante.
Ahora quiero más.
Pero en berebere.
Coincido, atrapante. Como una novela de aventuras.
Yo también quiero más, pero en español, che.
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