... Y un día como hoy te despertaste y dijiste "
voy a cambiar mi vida".
Yo, tu, el, nosotros, vosotros y ellos saben y sabemos que, para cambiar una vida hacen falta movimientos drásticos. Quiebres que nos marquen el momento exacto del cambio.
Un ejemplo claro de esto sería volverse abstemio, asumiendo siempre que el "
voy a cambiar mi vida" apunta al mejoramiento de la calidad de la misma y no al detrimento. El caso de cambiar nuestras vidas para el lado de los tomates, rara vez sucede por decisión propia y en forma determinante. Suele ser una cnducta gradual y en aumento. Convengamos que la la frase "
voy a cambiar mi vida, voy a convertirme en alcohólico" es bastante rara de oír.
Con esa determinación de cambio, te levantás de la cama de un salto, pateás a la mierda esas pantuflas de conejito, las cuales tienen la suela que alguna vez fue peludita y suave convertida en una trampa mortal adhesiva para moscas.
Te ponés unos pantalones deportivos, unas medias gruesas, una casaca, y aquellas zapatillas que te compraste para salir a correr allá por los 90 y hasta hoy solo usaste para estar en casa los fines de semana.
Mirás el paquete de puchos, los envases de cerveza vacíos al lado de la heladera, la caja de pizza a medio estrujar al lado del tacho de basura y pensas "
¡como pude desperdiciar tanto tiempo!"

El colmo de la idiotez es el caso que le ocurrió a un amigo cercano. Muy cercano. Diría que lo veo cada vez que me paro frente al espejo. Este amigo, fué y se anotó en un triatlón corto.
"
Si esa manga de maricones puede hacerlo... ¿porque no podría yo?".
Nunca medimos la peligrosidad de esta línea de pensamiento.
Línea de partida, mirada sobradora, y conversación con el de al lado.
- ¿Primera vez? - Nos preguntan- Si... y les voy a romper el culo a todos estos blandengues comepasto...- Ah... bueno... suerte... - dice timidamente el otro.Te hacés el guapo, pero en realidad estas mas nervioso que prepucio en sinagoga, porque sabés que esa puede ser la última estupidez que hagas.
Disparo de largada, el de al lado sale como saeta, y no nos podemos quedar atrás. Le tenemos que mostrar que, después de haber fumado los últimos 248 años, somos tan duros como cualquier otro.
Corremos, lo alcanzamos, y lo pasamos, riendo estruendosamente. Mantenemos el ritmo sostenido, marcha rápida, durante... digamos... 20 centímetros. Ahí empiezan a fallar las piernas, mientras respiramos como asmáticos en pleno ataque. Pero claro, no podemos desmayarnos a 25 centímetros de la largada, no frente a esos señores procesadores de brotes de soja y gatorade, así que decidimos con gloria morir, antes que ver nuestro honor mancillado.
Así, con ese ímpetu, llegamos al agua, y nos zambullimos como "
flipper" en el capítulo 1 de la serie. Nadamos desesperadamente intentando coordinar la respiración y el aire, pero solo tragamos agua sucia, y exhalamos insultos mientras sacamos la trompa del agua. Así, llegamos a la maldita boya que estaba mas lejos que Júpiter, y pegamos la vuelta haciendo caso omiso a los numerosos calambres que ya tenemos. De alguna forma, terminamos de salir del agua.
Despues de las arcadas en la arena nos espera la bicicleta. Puteamos al que la inventó, puteamos al que tuvo la idea de inventar el triatlón y tambien al estúpido segundo en que se nos ocurrió decir "
voy a cambiar mi vida".
Nos subimos y empezamos a pedalear. Ya no respiramos, tomamos el aire por ósmosis. A 200 metros de donde empezamos a pedalear, hay una bajada pronunciada. Sonreímos. Al fin los dioses nos dan una manito.
- Esto es para flojos - pensamos mientras dejamos de pedalear y nos alegramos con la sola idea de descansar las piernas y no tener que pedalear en subida.

Claro. La subida venía después, y con el poco aire que tenemos, y la transpiración, y con ese asientito ínfimo que ya nos dejó las bolas escaldadas y el culo paspado, empezamos a maldecir habernos anotado en esa tortura sobrehumana.
A todo esto el pelotón de competidores ya debe andar por la carrera pedestre, mientras a nosotros nos faltan como 10 km de pedaleo.
- ¡Hijos de puta!¡seguro que en vez de comer soja toman merca! - pensás.
Gracias a todos los milagros del cielo, los profetas, Alá y el grupo Sombras, llegás al punto donde revoleas la bici al carajo y te pones como podés las zapatillas para correr. Antes de eso también te pasas merthiolate en todos los raspones de las rodillas, codos, antebrazos, manos y pera, de las 20 veces que te fuiste al asfalto porque las gambas no sincronizaban. No aullás del ardor, porque a esta altura ya todos sabemos que sos un macho alfa. Te vendás las heridas rápido y empezas a correr. Bueno, es una forma de decir.
Las piernas ya no te responden porque te declararon la guerra, pero vos no te amedrentás. Tenés que demostrarle a todos esos aceitados muestrarios de músculos, que debajo de toda esa grasa aún vive en vos el tigre de zucaritas.
La gente se te caga de risa porque, entre las patas acalambradas y los vendajes que se te aflojaron y te quedaron colgando de piernas y brazos, pareces la momia blanca de titanes en el ring, pero con tos convulsa.
Los de la ambulancia ya circulan atrás tuyo por las dudas.
Escuchas a lo lejos los aplausos y decís "
no estoy tan lejos del primero".
En realidad los aplausos son porque ya terminó la entrega de premios, las fotos, el sorteo de remeras y los fuegos artificiales.

No importa, hay que llegar. Vos seguís. Ya los pulmones los tenés pegados, te arde hasta el último capilar, la ultima vena, los pelos y las uñas. La boca la tenés mas seca que el dique La Quebrada de Rio Ceballos. No hay músculo que no haya sido estirado hasta su resistencia. Pero seguís. El macho de verdad no se detiene ante la adversidad ni ante los desgarros.
Te apoyás un poco en la carrocería de la ambulancia que ya va al lado tuyo, a la misma velocidad.
Faltan 500 metros, y se te empieza a oscurecer el panorama. Primero, porque ya está anocheciendo, y segundo porque el cerebro ya está prácticamente sin irrigación y la vista se te va apagando.
Las piernas ni las sentís, los brazos cuelgan inertes, corres sobre las dos ampollas en que se te convirtieron los pies, y decís "100 metros mas, 80 metros mas, 30 metros mas... Lo voy a lograr..."
A 2 metros de la desierta línea de llegada cae tu cuerpo inconsciente.
Te despertás en la sala de terapia intensiva, mirás a tu alrededor, y ves a tu familia desesperada, pensando que en cualquier momento te vas a cebarle mates al creador.
Y en ese momento de lucidez, pensás "
es la última vez que hago una estupidez semejante".
Si... es exactamente la misma frase que dijiste el año pasado cuando quedaste colgando en un precipicio cabeza abajo, sostenido por una soguita como para colgar la ropa, queriendote hacer el alpinista profesional en el Champaquí.
O el año anterior, cuando te metiste a jugar un picadito con los basureros del barrio ahí en el baldío de la esquina, y te metieron una traba que te hizo volar 18 metros.
Cuando caíste de espalda hiciste mas ruido y levantaste mas polvo que King Kong al final de la película, y estuvieron media hora para reanimarte.
No hay caso. No aprendemos mas.
Siempre esa sensación de cambiar radicalmente de vida, nos asalta para estas épocas. Como un mandato divino, hacemos balance y decimos "
tengo que cambiar".
Y acorde al paso de los años, nos envolvemos en empresas mas difíciles, como queriendo demostrar que aun somos jóvenes e inmortales.
Esperemos que este año, ese cambio radical se dispare más por el lado del yoga, la lectura, el ajedrez, el origami, o la pintura rupestre.
Ya estamos grandes... y no es cuestión de andar tentando al destino.
Aunque... estaba pensando... siempre quise hacer aladeltismo y nunca... tal vez este año...